
domingo, 31 de julio de 2011
martes, 26 de julio de 2011
jose maria fonollosa
Para hablar no te quiero. Tengo amigos
para tratar de cosas que me inquietan
y ahondar en las ideas que me importan.
Y no nos condiciona nunca el sexo.
Nos lo pasamos bien. Y «Adiós». Y «Hasta otra».
Contigo es diferente. Lo que cuentas
no me interesa nada en absoluto.
Y he de escuchar, no obstante, atentamente
y ocultar mi fastidio a tus palabras.
Porque sino te niegas a mi amor.
Y cuando a mí se ciñe tu figura
grácil y delicada voy perdido.
Pues al sentir tu cuerpo a mí abrazado
nada tiene interés que tú no seas.
Y yo ya no soy mío, sino tuyo.
Y así debo evitar en nuestra charla
lo trascendente; reír tus tontas gracias,
acusarme de estar equivocado...
Entonces sí que accedes a mi amor.
De no mediar el sexo y ser tan bella
te hallara aborrecible y despreciable.
O serías perfecta si no hablaras
viernes, 22 de julio de 2011
de Efrain Huerta
Ciudad que llevas dentro
mi corazón, mi pena,
la desgracia verdosa
de los hombres del alba,
mil voces descompuestas
por el frío y el hambre.
Ciudad que lloras, mía,
maternal, dolorosa,
bella como camelia
y triste como lágrima,
mírame con tus ojos
de tezontle y granito,
caminar por tus calles
como sombra o neblina.
Soy el llanto invisible
de millares de hombres.
Soy la ronca miseria,
la gris melancolía,
el fastidio hecho carne.
Yo soy mi corazón desamparado y negro.
Ciudad, invernadero,
gruta despedazada.
Bajo tu sombra, el viento del invierno
es una lluvia triste, y los hombres, amor,
son cuerpos gemidores, olas
quebrándose a los pies de las mujeres
en un largo momento de abandono
-como nardos pudriéndose.
Es la hora del sueño, de los labios resecos,
de los cabellos lacios y el vivir sin remedio.
Pero si el viento norte una mañana,
una mañana larga, una selva,
me entregara el corazón desecho
del alba verdadera, ¿imaginas, ciudad,
el dolor de las manos y el grito brusco, inmenso,
de una tierra sin vida?
Porque yo creo que el corazón del alba
en un millón de flores,
el correr de la sangre
o tu cuerpo, ciudad, sin huesos ni miseria.
Los hombres que te odian no comprenden
cómo eres pura, amplia,
rojiza, cariñosa, ciudad mía;
cómo te entregas, lenta,
a los niños que ríen,
a los hombres que aman claras hembras
de sonrisa despierta y fresco pensamiento,
a los pájaros que viven limpiamente
en tus jardines como axilas,
a los perros nocturnos
cuyos ladridos son mares de fiebre,
a los gatos, tigrillos por el día,
serpientes en la noche,
blandos peces al alba;
cómo te das, mujer de mil abrazos,
a nosotros, tus tímidos amantes:
cuando te desnudamos, se diría
que una cascada nace del silencio
donde habitan la piel de los crepúsculos,
las tibias lágrimas de los relojes,
las monedas perdidas,
los días menos pensados
y las naranjas vírgenes.
Cuando llegas, rezumando delicia,
calles recién lavadas
y edificios-cristales,
pensamos en la recia tristeza del subsuelo,
en lo que tienen de agonía los lagos
y los ríos,
en los campos enfermos de amapolas,
en las montañas erizadas de espinas,
en esas playas largas
donde apenas la espuma
es un pobre animal inofensivo,
o en las costas de piedra
tan cínicas y bravas como leonas;
pensamos en el fondo del mar
y en sus bosques de helechos,
en la superficie del mar
con barcos casi locos,
en lo alto del mar
con pájaros idiotas.
Yo pienso en mi mujer:
en su sonrisa cuando duerme
y una luz misteriosa la protege,
en sus ojos curiosos cuando el día
es un mármol redondo.
Pienso en ella, ciudad,
y en el futuro nuestro:
en el hijo, en la espiga,
o menos, en el grano de trigo
que será también tuyo,
porque es de tu sangre,
de tus rumores,
de tu ancho corazón de piedra y aire,
de nuestros fríos o tibios,
o quemantes y helados pensamientos,
humildades y orgullo, mi ciudad,
Mi gran ciudad de México:
el fondo de tu sexo es un criadero
de claras fortalezas,
tu invierno es un engaño
de alfileres y leche,
tus chimeneas enormes
dedos llorando niebla,
tus jardines axilas la única verdad,
tus estaciones campos
de toros acerados,
tus calles cauces duros
para pies varoniles,
tus templos viejos frutos
alimento de ancianas,
tus horas como gritos
de monstruos invisibles,
¡tus rincones con llanto
son las marcas de odio y de saliva
carcomiendo tu pecho de dulzura!
miércoles, 20 de julio de 2011
Carta a Peter Schlemihl
(Personaje que vendió su alma al diablo)
¿Qué haces aquí, donde nadie te llama ni te busca?
Abandona ya esa grey inmóvil,
el soslayado anhelo de alcanzar el fondo del barranco
entre mármoles y piedras perfectibles aún para el silencio.
No reinventes jamás esa mirada veloz en su reposo,
la exacta claridad entregada a la catástrofe.
Se ha extraviado la mañana que arrojó a tus pies
la escala de Job,
esa llama inconsciente de su vasto poderío
ardiendo incomprensiblemente a solas
bajo árboles y palmas expulsados de otras latitudes.
¿Qué haces aquí?
Puntualmente la niebla a tu llamado.
¡Anda, bufón!
¡Haz sonar ese costal de huesos trabajosamente
enamorados de la vida,
dale a la manivela de tu organillo chirriante,
pégale duro a tu bella pandereta!
Ese tenso redoble de tambor te hace temblar en el acto
de tragar fuego.
En el mármol mojado de la tumba unas cuantas monedas
te miran fijamente.
Un poco más allá del alcance de tu mano,
se deshilacha el rumor de las ropas de los mercaderes.
Cierra los ojos y toca esta niebla,
palpa aquí los antepasados del mar,
las líneas gastadas de la grandeza angélica,
ese rastro de luz en el corazón del sueño.
Para los que aguardan sólo queda la asfixia de la noche innumerable,
la cómplice reseca de la quietud y el silencio.
Anda, Peter Schlemihl,
vete a joder con tu música a otra parte.
La sombra que se pierde tampoco está en la casa de los muertos.